Coronavirus y educación virtual

Otras miradas sobre la educación.

Coronavirus y educación virtual.

La pandemia obligó a replantear el esquema de enseñanza.  La modalidad online, ¿llegó para quedarse?

 

Sostiene Francesco Tonucci que los niños “están hartos” de los deberes y que las casas en cuarentena, en vez de desbordarse por la irrupción del aula virtual, deberían convertirse en un laboratorio para pensar si otra escuela es posible.

El psicopedagogo italiano piensa que ayudaría más al proceso creativo que los chicos llevasen un diario secreto sobre este aislamiento o que las familias dedicaran media hora a la lectura compartida de un texto, con tonos de teleteatro o de podcast, para ayudar a que la imaginación rompa el cerco.

La pandemia del coronavirus obligó a readecuar las estrategias de enseñanza. Los estudiantes perdieron un espacio de socialización y ganaron un formato al que están habituados: comunicarse a través de dispositivos. Los docentes tuvieron que incorporar en forma acelerada el manejo de tecnologías y el modelo escolar clásico entró en revisión.

En la Argentina, el nivel de conectividad muestra desigualdad social: uno de cada tres hogares no tiene acceso fijo a la web. Según un informe de la Cámara Argentina de Internet, el promedio de hogares conectados mejoró en los últimos cuatro años y alcanza hoy un 65,8 por ciento, pero no es lo mismo la cobertura de la red en la Ciudad de Buenos Aires (112,7 accesos fijos cada 100 hogares), que en San Juan (37,1), por citar la provincia de Domingo Faustino Sarmiento, el padre de la educación argentina.

La llegada del aula virtual dejó a la vista diferencias de acceso a internet de los estudiantes, cuando la inclusión digital es un derecho.

Pero los que saben son los protagonistas. Una encuesta de la Universidad de San Andrés –difundida en la cuarta semana del aislamiento social, preventivo y obligatorio– detectó que la mitad de sus estudiantes considera que “no es clara” la nueva forma de trabajo a distancia, al menos en la totalidad de las materias. Aún así, la gran mayoría, el 95% de los estudiantes calificó como buena, muy buena o excelente la nueva experiencia y el uso de plataformas de conversación en vivo como Zoom y Meet.

Proyectado al mediano o largo plazo, un 50% manifestó no tener problema alguno en continuar más tiempo con esta modalidad de estudio, pero un 30% manifestó necesitar “liberar tiempo impuesto por obligaciones familiares o domésticas” y un 22% “mejorar su conectividad a Internet”. O sea, las percepciones en esa entidad educativa privada, con campus en Victoria, en el norte bonaerense, son desparejas.

Los porcentajes pueden complementarse con testimonios. Camila Carracedo, 20 años y estudiante del segundo año de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora descubre otro costado, inclinado a la interrupción del vínculo presencial.

Dice Camila: “Este es un cambio radical de paradigma. Si en otro momento nos hubiesen dicho ‘tenés que estudiar desde la cama, sin ninguna exigencia horaria’ hubiésemos festejado, pero la verdad es que extraño a mis compañeros, las aulas, las charlas que se daban con mis profesores después de cada clase, las distintas opiniones que escuchabas y capaz te disparaban una idea mejor. Es muy distinto hacerlo de manera virtual, el planteo de dudas. Tal vez a los profesores les llegan 200 mails por día y no te pueden contestar. No es lo mismo preguntar de manera cibernética que cara a cara, claramente no”.

Dos miradas
Guillermo Jaim Etcheverry es una de las mentes lúcidas de la Argentina. Se formó como médico, científico y académico cuando no existían los celulares. Con esa visión panorámica sobre las dos eras considera que “en estas circunstancias críticas, la posibilidad de recurrir a las tecnologías actuales para intentar que niños y jóvenes no pierdan el vínculo con la escuela ha resultado providencial”.

Pero el ex rector de la Universidad de Buenos Aires aclara que hay lazos insustituibles: “Como ha señalado en estos días el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, ahora no tenemos elección, pero conservar el contacto humano, directo, entre profesores y alumnos es fundamental”. A juicio de Etcheverry, “el peligro reside en que no pocos quieren ver en esta experiencia el ensayo general de lo que podría ser la enseñanza en el futuro. Ojalá que esas predicciones estén equivocadas y no se quiera transformar la emergencia en normalidad”.

La escuela es el sitio de vínculos entre personas. El verdadero aprendizaje se da entre humanos juntos. En un acto de exposición total: con su intelecto y su emoción, el maestro busca influir sobre el intelecto y la emoción de sus alumnos. En el diálogo, plantea a quienes aprenden nuevos interrogantes, les descubre conexiones y perspectivas que no habían considerado previamente, abriendo inesperadas posibilidades acerca de cómo trabajar y vivir. Una pantalla difícilmente cambie la vida de una persona, otro ser humano sí puede hacerlo”, dice en su párrafo largo, como si le hablara a cien rostros cercanos.

 

Alejandro Artopoulos, doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento y referente del Observatorio Argentinos por la Educación, se suma a este debate polifónico sobre la experiencia educativa forzada por el virus. Es el director de Investigación y Desarrollo del Centro de Innovación Pedagógica de San Andrés y responde a Viva:

-¿Es el fin de la era del pizarrón?

-De ninguna manera. Las tecnologías del aprendizaje evolucionan, mutan y se transforman. El pizarrón, el cuaderno y hasta la escuela fueron tecnologías de punta en su momento. Nada de lo nuevo puede surgir si no emula estos cimientos de la educación. Desde que Salman Khan reinventó el pizarrón en YouTube, el aprendizaje visual entró en una nueva era. El Zoom y el Meet tienen sus pizarrones. En este momento de pandemia los profesores de matemática o física están “haciendo” pizarrones en línea con celulares o webcams. Para aprender, además de dialogar, hay que ver imágenes y signos que describen lenguajes de cada una de las disciplinas, eso no va a cambiar.

-¿Cómo se logra un vínculo pedagógico de calidad a distancia?

-A través del diálogo en línea y la presencia docente digital. Hay una forma de estar presente en clase “presencial” y hay otra de estar presente en el espacio en línea o virtual. Al principio hay que romper ciertos límites propios del docente. Hay dos cambios clave: relacionarse a través de la cámara en clases sincrónicas, cosa que ya hacemos con familiares y amigos; y lo más difícil, dar clase en espacios virtuales “asincrónicos”. El docente cree que dar clase es una actividad que dura un tiempo limitado y es en un lugar, el aula. Pero a distancia esto cambia. No quiere decir que se transforme en un docente 7×24, tiene que repartir el tiempo durante la semana en línea y luego cada una o dos semanas hacer un contacto en vivo. Los mismo que le pasa al docente les pasa a los alumnos. Ellos también tienen que aprender a participar en espacios y tiempos nuevos. Pero si la transición se hace de forma planificada , se llega a un aula expandida.

-¿Estas respuestas urgentes llegaron para quedarse o son pasajeras?

-Para la expansión de las experiencias de aprendizaje no hay retorno. Es como un viaje, volveremos cargados de nuevas capacidades. Las buenas prácticas de educación en línea van a quedar. Una vez que el docente se reconoce en su oficio desde un nuevo lugar, es reconfortante, potencia su capacidad de enseñar, lo mismo que para los estudiantes potencia su capacidad de aprender.

Mariana Maggio es doctora en Educación y una comunicadora estrella de Instagram. Con sus historias, alienta a docentes que necesitan orientación y la llenan de preguntas, comparte herramientas con “alumnos, alumnas y alumnes” y advierte que este tiempo de transición es tan delicado que una prioridad pasó a ser “no perder a ningún estudiante por el camino”.

Directora de la Maestría en Tecnología Educativa de la UBA, Maggio comparte a los lectores de Viva una guía de propuestas que sintetizan el tránsito de lo viejo a lo nuevo, en medio de esta “crisis/oportunidad”:

Reinventar la clase. “En tiempos de coronavirus, no es posible que sigamos atenazados a la didáctica clásica, que pone al docente en el centro. Queremos estar en clase porque lo que sucede ahí o en la virtualidad es único, porque queremos formar sujetos que tengan la capacidad de imaginar lo que viene. Los contenidos que habíamos pensado para este año tal vez perdieron sentido. Los cambios pedagógicos llevan tiempo, pero los cambios culturales no nos van a esperar. Los docentes tenemos que pegar el salto, construir con las tendencias, reconocerlas rápido y generar con eso prácticas de la enseñanza y aggiornarlas en una didáctica contemporánea. Hace 15 años yo luchaba porque los profesores tuvieran correo electrónico. Y hace 5 años sentí que había tendencias que explotaban en el aula. Hablábamos y los estudiantes hacían cualquier otra cosa en las redes, conectados entre ellos. Era una intermitencia offline/online, estar ahí pero al mismo tiempo estar en otro lado. Todo lo que hacíamos quedaba registrado, los estudiantes lo grababan o lo transmitían en vivo a compañeros ausentes. A esto se sumó el fenómeno de las series de televisión, que atrapaban por sus formas narrativas alteradas, que adelantaban o atrasaban el tiempo, y los universos paralelos. Entonces, esas formas alteradas, la intermitencia off line/on line, la forma de registro y ahora el virus indican que el mundo cambió y los docentes no podemos hacer de cuenta que no pasó nada.”

 

Universidad de San Andrés

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