Ser Profesor

 

 

 

La educación puede ser vista como la posibilidad de desarrollar al máximo las potencialidades ocultas de cada persona, ocupándose tanto del bien propio como el bien común. Es una visión esperanzadora y optimista del quehacer educativo. Desde esta visión el profesor aparece casi como un salvador, él encarna a la persona capaz de abrir las mentes de sus estudiantes y desarrollar en ellos diversos modos de vocación, de tal forma que posibilita con sus enseñanzas el desarrollo y progreso de la sociedad en su conjunto. La sociedad crece y se dinamiza gracias a la educación y el profesor es un  eslabón fundamental en este proceso.

Sin embargo, hay otra mirada que ve en la educación todo lo contrario. Esta sería el instrumento por el cual las personas verán coartados sus sueños y esperanzas. La educación es un instrumento de conservadurismo, represión e inmovilidad social. Es la perspectiva del profesor que coarta la autonomía de sus alumnos, aquel que reprime los deseos liberales de la juventud, el que humilla a aquellos alumnos que se atreven a pensar por sí mismos. Los profesores son instrumentos de poderes fácticos, educan para mantener las diferencias sociales, a los hijos de clase alta les preparan la mejor de las clases, a los hijos de la clase baja se les exige y se aminoran los esfuerzos, total nunca podrán surgir de la pobreza en que están.

Tenemos por tanto una educación para futuros líderes y una para estimular obreros. Los profesores, obreros al servicio de las clases de poder, son los gendarmes que mantendrían a cada alumno en el sitio que le corresponda.

Por otra parte se asocia la educación con la mera instrucción de contenidos. Son aquellos docentes intelectuales, que basan todo su quehacer en el nivel de conocimientos que manejan. Lo primordial es demostrar su saber ante sus alumnos. No son profesores que dicten clases para jóvenes sino para alimentar su propio ego y vanidad. Confunden la docencia con la instrucción.

En el otro extremo se encuentran aquellos que confunden la pedagogía con la paternidad. Para algunos el ser profesor significa ser una buen a compañía, una persona empática, capaz de atender a los problemas y necesidades afectivas y sociales de sus alumnos. Un profesor cercano, amigo, cómplice de sus alumnos, que pierde su sentido formador. A veces estos profesores caen en el extremo opuesto del profesor intelectual, con ellos no se aprende pero si se la pasa bien.

Estas cuatro posturas conviven entre sí, no son necesariamente negativas, quizás su error es sólo potenciar un aspecto del ser docente y no entenderlo en su totalidad.

Un buen profesor no se define por su actividad sino por el sentido que le da a la misma.

Educar implicar dirigir, orientar, facilitar un cambio en la persona del otro. Lo intelectual se supedita a un interés mayor: la capacidad de desarrollar la vocación de otro. El educador es aquel que dispone su vida, sus acciones al servicio de otro. Es un servidor, quizás en su sentido originario, de ayuda, de solícita compañía. Sin embargo no es un sirviente, no se diluye en exigencias ajenas olvidándose de sí. Antes bien, encuentra su propia felicidad y realización en esa donación al otro. No hay dicotomía entre el educador y el educando, hay complementariedad, la felicidad de uno se desarrolla con la del otro.

He aquí una primera característica de un buen profesor: es alguien feliz desempeñando su labor. El educar es un acto humano, un acto que se realiza entre dos voluntades que buscan cada una su propia finalidad y que desean en la consecución de ese fin su propia realización. La felicidad es el fin que persigue toda persona, en este caso se visualiza y expresa con el desarrollo de la propia vocación. El profesor es aquel que encuentra en su propia vocación el facilitar el encuentro de otro con su propia vocación. Para ello es indispensable que el profesor tenga conciencia de la valía de su misión, pues de otra forma el error se convierte en la muerte de los sueños del otro.

Sin embargo hay un riesgo en esta visión. Es posible de pronto que algunos profesores sientan que su rol es conducir, dirigir, manipular los pasos de sus educandos. Nada más peligroso cuando el profesor se autoimpone el rol de salvador de sus alumnos. De aquel que decide y elige por ellos restando la capacidad de autodescubrirse, de desarrollarse plenamente, en el fondo restando libertad a sus estudiantes.

Un profesor por tanto debe dejar de ser un mero instructor de contenidos para convertirse en un pleno educador, en un servidor de las vocaciones ajenas.

 

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