1 Creo que concebir a la educación como un camino que está siempre buscándose a sí mismo es una buena característica de la situación pedagógica actual. Seguramente es también la crisis la que impulsa esta actitud, pero es bueno estar a la altura de esta exigencia. Educar es inventar cómo educar, encontrar lo más sustancioso que pueda ofrecerse, repensar los criterios de utilidad, ser capaces de reconocer lo nuevo tal como se presenta y sin referirlo a moldes ya vividos respecto de los cuales lo nuevo aparece necesariamente sólo como defecto. Educar debe vivirse como una aventura, y para eso es importante que uno se sitúe en la posición de protagonista, ya que no hay aventura sin persona involucrada en ella. La filosofía, o el pensamiento libre y buscador que creo que es la filosofía, tiene un gran aporte que hacer en la educación actual. Pero me refiero a la necesidad de repensar y de inventar, no a planteos de tipo epistemológico. La aventura de pensar es clave en la aventura de educar, es el patrón base de toda elaboración. Esto puede sólo hacerse con excitación, tenemos que dejar la falsa seriedad afuera. 2 No creo que la tecnología llegue a hacer superfluo el contacto afectivo, lo que hay que pensar es cómo van a ir planteándose nuevas formas de vivirlo. Hablo de lo afectivo porque la educación es básicamente algo que ocurre en ese eje de las identificaciones y el sostén, pese a que sean los contenidos o las habilidades adquiridas las que parezcan ocupar el centro de la escena. Estas son las partes visibles de un proceso que tiene lugar en personas, en seres de naturaleza que no pueden ser comprendidos si los abordamos como meras funciones cognitivas. No veo que el uso de nuevas tecnologías altere ciertas cosas básicas en la vida. A veces nos confundimos y llegamos a creer que se abre ante nosotros un camino de modificación total. La vida es un fenómeno viejo y por más que la aceleración de la cultura resulte deslumbrante hay muchas cosas que son fijas: la muerte, la arbitrariedad de la existencia del universo, la necesidad de un espacio de existencia subjetivo, etc. La tentación que la tecnología abre en nosotros de creer que somos una plastilina absoluta que podría tomar las formas más racionales y eficientes está desmentida paso a paso por una realidad siempre indomable. Esto seguirá siendo así. Lo cual, por supuesto, no impide valorar y tratar de usar lo mejor posible las oportunidades que abren estas tecnologías. Sus posibilidades para la educación son gigantescas, creo que estamos recién empezando. Siento que somos pioneros en internet, que toda esta época será recordada como un momento original de prueba e ingenuidad y me parece que es muy lindo formar parte de él.
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Alejandro Rozitchner: La filosofía, el pensamiento en extrema libertad – Nota: (extracto) Verónica Castro y Pablo Mancini . http://portal.educ.ar/ |
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Alejandro Rozitchner: La filosofía, el pensamiento en extrema libertad
Es filósofo, y como representante de esta ciencia madre de las humanidades tiene una vitalidad a toda prueba. Para él lo importante son las ganas de vivir, de hacer cosas, la necesidad de centrarse en esos aspectos más que en describir lo desfavorable del presente o en quitarle sentido a las cosas. Nos habla así de la importancia de lograr el entusiasmo en los alumnos, de la centralidad de lo afectivo en la escena educativa –pese a que sean los contenidos o las habilidades adquiridas lo que parece ocupar el centro–, y del gran aporte que la filosofía, como pensamiento en extrema libertad, tiene para hacer a la educación actual, entre muchos otros temas.
Por Verónica Castro y Pablo Mancini
—¿Por qué estudió filosofía?
—Lo único que sabía era que iba a estudiar alguna humanidad, porque me gustaba mucho leer. Empecé Filosofía probando a ver qué pasaba, un poco pensando en que es la madre de las humanidades y otro poco sospechando de la elección, porque mi papá es filósofo también. ¿Será que quiero esto por mí mismo o porque lo quieren otros?, pregunta central en la vida de toda persona que intenta captar su propio deseo.
En cuanto comencé a ir a clases quedé deslumbrado. El pensamiento me parecía algo de un poder descomunal, el poder de todos los poderes. Quedé hechizado. Casi simultáneamente me frustró el hecho de que ese inmenso poder estuviera adormecido y sepultado debajo de las costumbres académicas, así que hice la carrera peleándome un poco con la filosofía y alimentándome de ella al mismo tiempo.
Nunca fui un buen estudiante, tampoco uno demasiado malo. La carrera de filosofía es una especie de locura, gente hablando con gravedad de cosas que parecen tremendamente serias pero al mismo tiempo son ridículas. Captar ese doble sentido es clave; quien se lo toma demasiado en serio le quita vitalidad a la experiencia. Si respondiera a la pregunta de por qué estudié filosofía desde mi perspectiva actual tal vez diría que lo hice porque mi personalidad necesitaba dar unas cuantas vueltas antes de lograr un grado de libertad y de fluidez aceptable.
—¿Qué espera de los estudiantes que asisten a sus cursos?
—Respondí ampliamente esta pregunta hace poco en un texto que puse en mi página. Pueden verlo en en: http://www.bienvenidosami.com.ar.
—¿Cómo se imagina la formación de los filósofos del futuro? Georg Steiner insiste en que es imposible hacer filosofía sin estar atentos a las transformaciones científicas. ¿Cuál es su perspectiva sobre el tema?
—Me gusta esa perspectiva. Creo que a la filosofía se la puede describir como el pensamiento en extrema libertad. Su objeto es la realidad, las cosas del mundo. Su energía de base es el deseo de quien piensa. En este contexto podemos decir que la ciencia es un interlocutor clave, porque describe también lo que Nietzsche llama “las cosas como son”. Creo en la naturaleza y me parece absurdo el vicio intelectual de desarmar esa noción como si fuera una arbitrariedad conceptual. La libertad de la filosofía, por otra parte, consiste en poder plantearse cualquier problema y de cualquier forma, es decir, recopilando datos y visiones que tengan origen tanto en la ciencia como en la literatura o incluso en la música.
—Usted dictó muchos cursos de filosofía para niños. ¿Los niños son filósofos espontáneos esterilizados por la escuela?
—La verdad es que no hice muchos, sino unos pocos. Lo que pasa es que escribí un diario de la experiencia de hacer uno de ellos, rodeado de reflexiones sobre el sentido de la filosofía y acerca de las posibilidades que un trabajo de ese tipo puede abrir para la educación de los chicos. Ese fue mi primer libro, que se llama La filosofía para chicos, y que se publicó en el 92.
Hay un trabajo internacional liderado por Lippman sobre el tema de la filosofía para chicos que es muy valioso, pero yo opté en ese entonces por una vía personal, más hippie y ligada al arte y al psicoanálisis. Inventé una serie de ejercicios e incluso un mecanismo para que los chicos hicieran teorías utilizando imágenes y su propia escritura.
No creo que la escuela esterilice. Me parece que el crecimiento mismo pide que cada persona logre un nivel de eficiencia y de adaptación que no es una mera pérdida. Tenemos que pensar en serio este tema y dejar de lado esta denuncia un poco ingenua. El foco correcto para pensar este tema yo lo enunciaría así: ¿cómo lograr que la estructura –sea la del colegio o la de la personalidad– sea capaz de una gran fluidez sin perder su valor de orden e integración?
—¿En su opinión, hacia qué objetivos debiera dirigirse la transformación de la educación en la Argentina? ¿De qué experiencias educativas de otras culturas podría nutrirse nuestro país?
—Lamento no tener conocimiento de experiencias pedagógicas de otras culturas y ni siquiera de las que sé que se realizan todo el tiempo en nuestro propio país. Creo que concebir a la educación como un camino que está siempre buscándose a sí mismo es una buena característica de la situación pedagógica actual. Seguramente es también la crisis la que impulsa esta actitud, pero es bueno estar a la altura de esta exigencia. Educar es inventar cómo educar, encontrar lo más sustancioso que pueda ofrecerse, repensar los criterios de utilidad, ser capaces de reconocer lo nuevo tal como se presenta y sin referirlo a moldes ya vividos respecto de los cuales lo nuevo aparece necesariamente sólo como defecto. Educar debe vivirse como una aventura, y para eso es importante que uno se sitúe en la posición de protagonista, ya que no hay aventura sin persona involucrada en ella. La filosofía, o el pensamiento libre y buscador que creo que es la filosofía, tiene un gran aporte que hacer en la educación actual. Pero me refiero a la necesidad de repensar y de inventar, no a planteos de tipo epistemológico. La aventura de pensar es clave en la aventura de educar, es el patrón base de toda elaboración. Esto puede sólo hacerse con excitación, tenemos que dejar la falsa seriedad afuera.
—Se cuestiona mucho que la tecnología amordaza la argumentación y quita profundidad a las conversaciones. ¿Usted que piensa al respecto?
—Bueno, a esto me refería cuando hacía alusión a los moldes viejos que sólo conciben a lo nuevo como defecto. Apegada a formas de vida pasadas y negando la transformación es como la sociedad actual genera imágenes vacías cada vez que aborda una experiencia que le resulta desconocida. La imagen de una juventud caída, perdida, sin atributos, es el error principal de este planteo. Creo por el contrario que el mundo tiene una vitalidad a toda prueba, mucho mayor de lo que somos capaces de concebir, y que la juventud de hoy es tal vez más valiosa y afirmativa que esa juventud endiosada como idealista, que al fin y al cabo no tuvo tantos logros para exhibir. Estoy harto de esta costumbre de creer que ser inteligente es describir un presente desfavorable, quitarles sentido a las cosas, negar el que tienen, como si fuera un campeonato de imágenes apocalípticas. Creo en el entusiasmo de vivir, en las ganas de hacer cosas, y en la necesidad de que nos centremos en esos aspectos más que en ningún otro. Metodológicamente debemos concluir ya que este es el camino adecuado, ¿qué logró el ampliamente celebrado pensamiento crítico? Reproducir la pobreza. No tenemos que buscar producir más pensamiento crítico en los alumnos, tenemos que lograr en ellos entusiasmo. La crítica es una parte secundaria del pensamiento, jamás su perspectiva básica ni su momento de mayor riqueza. Me parece evidente.
—¿Qué lo llevó a la idea de tener su propio sitio en internet? ¿Abrió un nuevo panorama con relación a sus actividades como filósofo?
—Soy consciente de que un intelectual debe ganarse un público. No creo que sea culpa del sistema que los pensadores estén relegados, si es que lo están. Creo que cada uno es responsable de generar una comunicación viva, capaz de interesar a interlocutores varios. No siento tampoco que la filosofía sea un saber cerrado, apto sólo para circular entre filósofos. Me interesa pensar y quiero comunicarme con las personas que estén interesadas en lo mismo, sea del ámbito que sean.
Pensé mi site como una especie de mostrador donde atiendo al público. Tengo allí como 100 artículos publicados en diversos medios, fragmentos de todos mis libros, las columnas filosóficas que hago en el programa de radio de Mario Pergolini todos los lunes a las 11 am, textos varios que voy escribiendo con cosas que se me ocurren. También allí publicito mis cursos y respondo todos los mails que me llegan. Creo que con las nuevas tecnologías tenemos que reinventar todos nuestros trabajos. Estoy feliz de haberme decidido a hacer el site y le agradezco a Maxi Galin, el webmaster, todo su trabajo. Tengo muchas visitas y mucho intercambio interesante.
—Se dice que una tecnología bien utilizada en el aula exige convertir a los maestros en tutores, una suerte de Sócrates pero a nivel de masas. ¿Cómo se imagina esta metamorfosis? ¿La cree posible, deseable?
–No creo que la tecnología llegue a hacer superfluo el contacto afectivo, lo que hay que pensar es cómo van a ir planteándose nuevas formas de vivirlo. Hablo de lo afectivo porque la educación es básicamente algo que ocurre en ese eje de las identificaciones y el sostén, pese a que sean los contenidos o las habilidades adquiridas las que parezcan ocupar el centro de la escena. Estas son las partes visibles de un proceso que tiene lugar en personas, en seres de naturaleza que no pueden ser comprendidos si los abordamos como meras funciones cognitivas.
No veo que el uso de nuevas tecnologías altere ciertas cosas básicas en la vida. A veces nos confundimos y llegamos a creer que se abre ante nosotros un camino de modificación total. La vida es un fenómeno viejo y por más que la aceleración de la cultura resulte deslumbrante hay muchas cosas que son fijas: la muerte, la arbitrariedad de la existencia del universo, la necesidad de un espacio de existencia subjetivo, etc. La tentación que la tecnología abre en nosotros de creer que somos una plastilina absoluta que podría tomar las formas más racionales y eficientes está desmentida paso a paso por una realidad siempre indomable. Esto seguirá siendo así. Lo cual, por supuesto, no impide valorar y tratar de usar lo mejor posible las oportunidades que abren estas tecnologías. Sus posibilidades para la educación son gigantescas, creo que estamos recién empezando. Siento que somos pioneros en internet, que toda esta época será recordada como un momento original de prueba e ingenuidad y me parece que es muy lindo formar parte de él.
—Usted está por iniciar un proyecto de capacitación en línea con docentes sobre temas filosóficos. ¿Cuál es el objetivo del proyecto y qué productos o resultados formativos piensa obtener?
—En principio se trata de un espacio que nació alrededor de la idea de contactar a los docentes de filosofía de los colegios secundarios, de darles aliento y herramientas y de lograr la pertenencia a una comunidad de intercambio y reflexión común. Creo que el gran interés que hay hoy por la filosofía no logró aún transformar esas horas cátedra en una experiencia todo lo viva que podría ser. Tengo contacto con docentes que trabajan en este sentido, que están ávidos de ayuda y que tienen cosas interesantes para decir. Muchos de ellos están realizando experiencias para tratar de contagiar a los alumnos el placer y el poder del pensamiento. Tenemos que darnos cuenta de que la filosofía trabaja el núcleo fundamental de la educación, que es la capacidad de pensamiento. En ese núcleo convergen los problemas de sentido individual (y por este lado la filosofía se toca con la psicología, cosa perfectamente legítima) y los problemas más generales que puedan concebirse en relación con la vida y con la vida social. No creo que debamos abordar el espacio de trabajo en filosofía con los fines concretos que le hemos dado históricamente: no se trata ni de enseñar la historia del pensamiento ni de enseñar a ser buenos, y con esto me refiero a un abuso de las preocupaciones éticas que termina produciendo más aburrimiento y lejanía que virtud. El centro de la clase de filosofía debe ser la experiencia de pensar, y como buenos filósofos sabemos que esto es algo que se reinventa todo el tiempo, cada generación lo vive a su manera y cada mundo le da un sentido propio.
Vamos a plantear un espacio de trabajo con las siguientes características: voy a publicar una serie de intervenciones mías sobre estos temas, como una invitación al diálogo, y vamos a ir desplegando los intercambios con todos quienes quieran participar. Al mismo tiempo vamos a ir generando una serie de recursos: premisas para aplicar en clase, un archivo de sus resultados, textos que puedan usarse en clase y también textos de docentes que hayan pensado sobre estos temas. La experiencia se inicia como un trabajo dirigido especialmente a los docentes secundarios de filosofía, pero estoy seguro de que va a interesar a docentes y personas de otras disciplinas y lo que suceda irá dando forma al espacio propuesto.