Saber manejar la tensión entre la palabra y el silencio
Otra virtud que emerge de la experiencia responsable, es la virtud de aprender a lidiar con la tensión entre la palabra y el silencio. Esta es una gran virtud que los educadores tenemos que crear entre nosotros.
¿Qué quiero decir con esto? Se trata de trabajar esa tensión permanente que se crea entre la palabra del educador y el silencio del educando, entre la palabra de los educandos y el silencio del educador.
Si uno, como educar, no resuelve bien esta tensión, puede que su palabra termine por sugerir el silencio permanente de los educandos.
Si no sé escuchar y no doy el testimonio a los educandos de la palabra verdadera a través de exponerme a la palabra de ellos, termino discurseando «para» ellos. Hablar y discursear «para» termina siempre en hablar «sobre», que necesariamente significa «contra».
Vivir apasionadamente la palabra y el silencio, significa hablar «con» los educandos, para que también ellos hablen «con» uno. Los educandos tienen que asumirse también como sujetos del discurso, y no como repetidores del discurso o de la palabra del profesor.
Vivir esta experiencia de la tensión entre la palabra y el silencio no es fácil. Demanda mucho de nosotros.
Hay que aprender algunas cuestiones básicas como éstas, por ejemplo: no hay pregunta tonta, ni tampoco hay respuesta definitiva.
La necesidad de preguntar es parte de la naturaleza del hombre. El orden animal fue dominando el mundo y haciéndose hombre y mujer sobre la base de preguntar y preguntarse.
Es preciso que el educador testimonie en los educandos el gusto por la pregunta y el respeto a la pregunta.
La pregunta es fundamental, engarzada en la práctica.
Por ejemplo, a veces el educador percibe en una clase que los alumnos no quieren correr el riesgo de preguntar, justamente porque a veces temen a sus propios compañeros. Yo no tengo duda en decir que, a veces, cuando los compañeros se burlan de una pregunta, lo hacen como una forma de escaparse de la situación dramática de no poder preguntar, de no poder afirmar una pregunta.
A veces el propio profesor, frente a la pregunta que no viene bien organizada, dibuja una sonrisa, de esas que todo el mundo sabe qué significan por su manera especial de sonreír. No es posible este modo de comportarse porque conduce al silencio. Es una forma de castrar la curiosidad, sin la cual no hay creatividad.
Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta, porque lo que siempre estamos escuchando es una pedagogía de la contestación, de la respuesta. De manera general, los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
Fuente:
Reflexión crítica sobre las virtudes de la educadora o el educador – Paulo Freire en Buenos Aires. CEAAL, Buenos Aires, 1986 – Conferencia del 21/06/85 en la 1ra Asamblea Mundial de Educación de Adultos
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